Erase una vez una persona y aquella persona vagaba, carente de sentido, fuera del mundo y sin lugar a donde ir, caminaba y vagaba, vagaba y caminaba siempre buscando algo más. Su mundo deformado y lleno de ansiedad pedía a gritos abrirse y salir, respirar del aire de la curiosidad. Y entonces caminaba vagabunda.
Pronto encontró a un muchacho, pidiéndole encontrar algo nuevo y original, un nuevo mundo dentro de aquel basto infinito de preguntas, dudas y respuestas borrosas, confusas. Aquel caminante venia de la dirección contraria, exuberante, extraña y quizá banal, ya descubierto por otros ojos y por otras mentes. El de ella carente de vida, de sentido, sin nuevas expectativas, sin aquel asombro que nos caracteriza de aquellas bestias que caminan en cuatro patas.
Ambos diferentes al igual que ellos, sin embargo pensaban que podrían parecerse. Caminaron justo donde sus caminos se encontraron moviéndose perpendicularmente alejándose cada vez más de aquella banalidad, conversaron. Pronto la incertidumbre del saber donde se encontraban los carcomía, reviviendo aquella angustia que ambos querían olvidar.
Fue ahí cuando decidieron que caminarían el camino del otro intentando encontrar lo equivocado. Cada uno camino poco a poco, admirando y repasando cada contorno, color, textura, aroma abriendo sus ojos a aquel mundo nuevo que veían disfrutando. Después de mucho caminar vieron una figura a lo lejos, se acercaron y encontraron al caminante, se saludaron y siguieron su camino comprendiendo que jamás escaparían de aquel desasosiego esperando encontrarse dentro de su pequeño mundo de preguntas.
-Danielle-
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